Por Miguel Angel Pichardo Reyes
Sin lugar a dudas el odio, el resentimiento, el silencio, el miedo y el olvido son algunas de las consecuencias psicosociales y político-culturales de la impunidad de género en el marco de la violencia familiar y sexual. El cometido de la reconciliación social como parte del método 3R es integrar la memoria, la verdad y la justicia como referentes culturales, políticas y operativas en el trabajo comunitario.
La impunidad del olvido y su consecuente negación, es un crimen que afecta lo más profundo del ser humano: el derecho a existir, a ser reconocido como ser humano. El olvido supone la expropiación de la palabra, a través de la cual se da la anulación de la identidad y la cultura, de la dignidad y la existencia. El olvido no es sólo una ausencia, sino el imperio de una razón, de la razón de la barbarie sobre la razón del Otro.
Construir una política de la reconciliación con comunidades traumatizadas por la violencia familiar, sexual y de género, supone la reconstrucción de la memoria (individual, social e histórica) como una forma de afirmación, pero también de resistencia creativa contra el Olvido y la Memoria del poder, que es desmemoria de los y las oprimidas.“La memoria es, pues, en ese sentido “un principio esperanza”; guarda en su núcleo el sentido y la idea de un futuro que no es prolongación lineal y mecánica del presente, sino una escisión: el reducto de un “tiempo utópico”.” (Tischler: 2000, pp. 12-13).
Las políticas del silencio y el olvido ante los traumas familiares y sociales que implementa el discurso hegemónico patriarcal (machista) constituye un eje articulador de la subjetividad femenina, reducto de la otredad a la mismidad, asimilación hegemónica de la corporalidad sexuada como objeto de deseo. Por eso, la construcción de la memoria del otro-a es inconmensurable a la Memoria-Olvido del opresor. De esta forma, la reconstrucción narrativa de la historia familiar desde la negación es una acción afirmativa sobre un hecho negado, que también se posiciona como una resistencia creativa con miras al futuro.
La construcción de comunidades antihegemónicas de víctimas pasa necesariamente por este re-conocimiento como “victimas-afectadas” a través de la memoria colectiva, en tanto que ésta, más allá del elemento integrador y cohesionador, también supone un proyecto alternativo al poder de la Memoria. “La memoria es vista como resistencia al poder, reducto de lucha contra el discurso y las prácticas del poder, es decir lugar de elaboración de una subjetividad crítica. Por eso, como se verá, hacemos una distinción entre la Memoria con mayúsculas, que sería la expresión del poder, y la memoria o memorias como expresiones de la resistencia.” (Tischler: 2000, pp. 19).
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