9 feb 2011

Psicoterapia corporal de las heridas afectivas (3 de 9) Explorador de las profundidades: el arqueólogo


Explorador de las profundidades: el arqueólogo

La segunda metáfora práctica para la psicoterapia es la del arqueólogo. Aunque muchos ven al arqueólogo como un técnico especializado en las excavaciones, también es un teórico de las antiguas civilizaciones. Efectivamente, el arqueólogo explora el lugar y determina el perímetro de estudio, excava, halla restos, estratifica y data, y finalmente articula los hallazgos en una hipótesis o teoría sobre la civilización en cuestión.

El psicoterapeuta realiza una labor similar, pues es un arqueólogo del cuerpo-mente. Este aspecto es importante, pues muchos se han restringido a la arqueología psíquica y han dejado de lado la arqueología corporal. En esta lógica, las vías abiertas por Reich y Lowen son de sumo interés, pues realizan una arqueología del cuerpo-mente. El psicoterapeuta, arqueólogo del cuerpo-mente, primero tiene que realizar un paso difícil y delicado, el cual consiste en explorar el terreno y determinar el perímetro de excavación. Cabe decir que muchos clínicos y psicoterapeutas fallan en esta labor, pues requiere la afinación de la mirada, la escucha y el tacto, habilidades sin la cuales resulta confusa y aleatoria una psicoterapia.

La exploración y la determinación del perímetro a excavar nos lo proporciona en parte la labor del historiador, pero la psicoarquelogía del cuerpo-mente cuenta con sus propios recursos técnicos de exploración, diagnóstico, clasificación y pronóstico, y esto nos es proporcionado por la metapsicología psicoanalítica, el DSM-IV y el análisis de carácter.

El clínico que se adentre a esta metáfora práctica se percatara que se necesitan dos cosas: 1) la mirada, la escucha y el tacto clínico, y 2) el conocimiento y manejo técnico de instrumentos y protocolos para el psicodiagnóstico. Continuando con la metáfora práctica del arqueólogo, podríamos decir que esta primera parte le corresponde al cartógrafo, pues es quién ayuda a orientar el terreno a través de referentes y proporciona un mapa o guía lo más cercano posible al terreno explorado. Aquí vale la pena decir que el mapa no es el terreno, es sólo una representación, una construcción ubicada, datada y subjetiva.

La siguiente labor es muy artesanal, y sugiere excavar y descender a las profundidades del cuerpo-mente del sujeto: capas caracterológicas, mecanismos de defensa, aparato psíquico, psicodinámica, estructura psíquica, estructura clínica, determinar el fastasma, el deseo, el síntoma. Y en este descenso se va estratificando y datando, esto es, el material hallado es ubicado en un estrato del cuerpo-mente y es datado en la biografía del paciente. El conjunto de hallazgos, que supone tiempo, nos permite plantear conjeturas e hipótesis, las cuales serán sometidas a comprobación durante el proceso. Aquí nos encontramos con el trabajo que hacen las tejedoras, pues los diferentes hallazgos tan disímiles y en apariencia contradictorios serán el material propicio para las interpretaciones, pare el acto analítico: silencios, escanciones, puntuaciones, metáforas, chistes, posturas, movimientos, contacto corporal.

Cuando alcanzamos a bordear las profundidades del cuerpo-mente, esto es, los orígenes biográficos de las heridas y traumas que conforman los complejos psicopatológicos, es que nos encontramos con la función del mito; un discurso metafórico construido y organizado en función del deseo, la demanda y el goce del sujeto. El mito es narrado, analizado, asumido, encarnado, pero también es descubierto, diseccionado, desmitificado y reconstruido. El mito es dinámico, nunca estático, pues contiene una capacidad polisémica, con una multiplicidad de sentidos: a esto le llamamos per-don, o volver a donar, volver a dar sentido a la herida traumática, rompiendo su estaticidad, su petrificación corporal.

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