Maltrato infantil y abuso sexual
Por
Miguel Angel Pichardo Reyes
Un
primer aspecto sobre el abuso sexual es que éste tiene que inscribirse en el
amplio espectro del maltrato infantil, sino se quiere correr el riesgo de
fetichizar el abuso, de descontextualizarlo y deshistorizarlo, o reducirlo
únicamente a su componente sexual, sin tomar en cuenta la complejidad de su
constitución.
El
maltrato infantil es una práctica normalizada a nivel social, solo
recientemente puesta en duda en consonancia con los avances en el
reconocimiento de los derechos humanos, y en las consecuencias clínicas y
psicosociales de dichas prácticas. Junto con el abandono, el maltrato
psicoemocional, el castigo físico, entre otros, el abuso sexual es una
modalidad de maltrato infantil, de hecho es probable que el niño o niña abusada
sexualmente cuente con antecedentes de maltrato, o que el abuso se realice en un
contexto de maltrato infantil.
La
inscripción del abuso sexual dentro del espectro del maltrato infantil nos
remite necesariamente al campo familiar, en particular a la configuración del
sistema y la estructura familiar, a los vínculos paterno y materno filiales, a
los riesgos psicosociales y al perfil caracterológico de los padres. Lo
anterior debido a que el maltrato infantil es una expresión de graves
alteraciones al alguno de estos campos o en todos, configurándose así un
espacio de impunidad posibilitador del maltrato infantil y del abuso sexual.
De
esta forma tenemos dos inscripciones: el abuso sexual como una forma de
maltrato infantil, y el abuso sexual en el contexto del maltrato infantil.
Estas dos particulares inscripciones nos permiten complejizar el abuso sexual
crónico-vincular dentro de la familia, normalmente de tipo incestuoso, pues
este tipo de abuso forma parte de una cadena de abusos familiares, no solo
sexuales, sino psicológicos y fisiológicos. Esto da pie a considerar las
formaciones familiares organizadas por traumas y los traumas transmitidos
transgeneracionalmente.
El
abuso sexual deja de ser un evento aislado, un acto solipsista de un sujeto
trastornado donde el niño o la niña solo son espectadores afectados de esas
perversiones. Esto nos plantea serios problemas en la comprensión de la
dinámica tramatogénica del abuso sexual, pues la trasgresión vincular antecede
por mucho al acto mismo del abuso. Por eso, podemos decir, que el abuso no
inicia propiamente durante la interacción sexual, ni siquiera aún durante la
etapa de acercamiento o confianza, sino que inicia desde la configuración de
los fantasmas inconscientes referidos a traumas sexuales no resueltos en los
sistemas familiares transgeneracionales.
En
mi experiencia clínica he podido constatar este tipo de antecedentes a través
de ciertas operaciones clínicas, una de ellas, la de una historiografía
psicogenealógica, nos permite rastrear los traumas y subtraumas
transgeneracionales que producen ciertos síntomas, ya sea toxicomanía,
alteración de los vínculos amorosos, duelos inconclusos, rituales compulsivos,
secretos, exclusiones, etc. Aún más, es posible entrever la presencia casi
sutil del fantasma incestuoso y sus múltiples paradojas, las cuales revelaran
una especie de radiografía clínica de las estructuras psíquicas familiares,
muchas veces neuróticos, otras psicóticos, a veces perversos o simplemente
limítrofes.
La
cuestión del sistema y la estructura familiar y sus correspondientes fantasmas
inconscientes, también nos remite al campo psicosocial de las políticas
subjetivas y de las políticas familiares. La familia en tanto unidad
sociológica es proclive a los cambios históricos, no solo de aquellos marcados
por los acontecimientos imprevisibles, sino por los modos de producción
simbólica. En este caso, la familia es el lugar por excelencia de producción
subjetiva, a su vez, un mediador operativo de los discursos ideológicos
hegemónicos.
La
cuestión resulta de fundamental importancia en la comprensión del abuso sexual
infantil, pues esto supone cuestionar las políticas familiares que producen
estos perfiles sistémicos de familias maltratadoras y abusadoras, pues
pareciera que esta familia no son una desviación, sino la normalidad de las
familias. Resulta preocupante, pues esto supone admitir que el abuso sexual viene
preformado en el propio código de barras de la familia. De aquí que la lucha en
la prevención del abuso sexual vaya más allá de este epifenómeno y nos remita a
sus aspectos estructurales, históricos y psicosociales, en particular, al modo
de producción subjetiva de la familia.
Desde
este punto de vista es posible concebir a la familia como un aparto ideológico,
y también como un espacio posibilitador de subjetividades alternativas, así
como productor de nuevas prácticas sociales y discursivas. Sin embargo esto aún
es muy incipiente, sobre todo en lo que respecto al análisis y reflexión
crítica que puede suponer el abuso sexual, que como podemos ver, al profundizar
en esto nos lleva cada vez más a una crítica social e ideológica.
Las
puntualizaciones agudas del feminismo con respecto a las estructuras
patriarcales, al falogocentrismo, al perfil machista y misógino de la cultura,
son aspectos que recobran su cabal importancia al momento de circunscribir el
abuso sexual dentro del maltrato infantil y las estructuras sociales
productoras de cierto tipo hegemónico de organización familiar. De alguna forma
la perspectiva de género ha posibilitado dicha crítica, pero ha sido el movimiento
feminista el que ha nos ha ofrecido las herramientas de análisis
desconstructivo de un sistema social y cultural productor de dispositivos de
control y sometimiento de lo femenino, de lo infantil, de lo animal.
Dominación, control, disección, violación. Procedimientos propios del paradigma
falogocentrico, de su epistemología colonizadora y conquistadora.
La
sexualidad infantil es pues objeto de esa episteme perversa, expropiada por una
pulsión dominante que necesita ser justificada en sus motivaciones, disponiendo
de un aparato simbólico que permite su comisión de forma impune y perpetua.
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