El fantasma incestuoso del abuso sexual
Por
Miguel Angel Pichardo Reyes
Sabemos
que la interacción sexual entre un niño o niña y un adulto, adopta varias
formas, muchas de ellas no suponen un abuso sexual, muy al contrario, son
interacciones necesarias para el óptimo desarrollo psicosexual del menor. Nos
referimos a los modos de maternaje y paternaje, funciones donde se inviste
libidinalmente los objetos deseados. En este caso, el niño o la niña pasa por
un revestimiento libidinal, una fuerza energética que supone la inversión de
una carga energética en un objeto. Dicha descarga energética es operada a
través del contacto corporal, de palabras dirigidas al objeto, pero también de
las fantasías donde se coloca ese objeto idealizado.
Ser
objeto de investiduras libidinales supone para el niño o la niña, una
experiencia de subjetivación, pues ese objeto externo deviene sujeto al momento
de ser incorporado al campo fantasmatico y libidinal de los padres. Este
ingreso es completamente sexual, en el sentido propiamente libidinal. Ahora
bien, esta incorporación libidinal que constituye al sujeto en la trama mamá-hijo(a)-papá,
será la precondición de la cualidad del vínculo libidinal. Es aquí, en este
proceso o modo de producción libidinal del sujeto, donde la carga libidinal
desplegada por los madres puede adquirir una orientación perversa. Dicha
orientación no necesariamente se objetivara en un tocamiento o violación, pero
si de un atrapamiento de una mirada lasciva, o en la confusión de los roles
sexuales, o en el ofrecimiento de la hija como mercancía de cambio. La cualidad
de estas envoltura libidinales de las cuales son objeto los niños y las niñas,
pueden devenir, debido a diferentes circunstancias, en una situación objetiva
de abuso sexual.
El
estatuto psíquico de los padres será de fundamental importancia, pues los
fantasmas inconscientes, especialmente los incestuosos, u otros tipos de
relaciones objetales parciales preedípicas, supondrá una posible caracteropatía
o la descompensación mórbida de la economía libidinal del padre. De esta forma
podemos observar como la interacción sexual objetiva en un abuso, se encuentra
determinada por los antecedentes en los vínculos libidinales paterno-filiales
de tipo perverso e incestuoso.
Esta
misma circunstancia puede suceder en situaciones de abuso sexual donde no sea
precisamente el padre en abusador, sino otra figura parental, por ejemplo tío,
abuelo, primo, o padrastro. En estos casos puede suceder que exista una trama
libidinal dentro de la familia de tipo incestuoso sin abuso sexual objetivo,
pero que esta figura parental se aproveche de dicha trama incestuosa, lo cual
coloca al niño o niña en una situación de extrema vulnerabilidad. Esto es lo
que sucede con niños o niñas que han vivido abuso sexual por parte de un
familiar y encontramos antecedentes de tramas libidinales incestuosas dentro de
la familia, por ejemplo, el que la niña ocupe el lugar simbólico de la madre, o
la lógica de la mirada seductora del padre, o el fantasma incestuoso fraterno,
entre otros.
El
contenido sexual de la interacción durante el abuso sexual resulta altamente
traumática debido al lugar simbólico e imaginario de la sexualidad, pues esta
cumple una función controladora de la sexualidad y el deseo. La trasgresión de
este orden sexual, imaginario y simbólico, supone cierta “mancha” en el
historial subjetivo de la persona. Esto sucede especialmente con las niñas,
quienes son colocadas en el lugar de “desvirginadas” por parte de la madre, o
en el caso de los niños, donde el abuso sexual despierta los fantasmas
homosexuales en la familia.
De
esta forma, la naturaleza sexual del abuso supone un estigma subjetivo,
espacialmente al cambiar el estatus de quién lo padece, pues es un estigma para
sí mismo. La eficacia de dicho estigma al ser ubicado en una especie de
degradación del ideal de sí mismo, trae consigo serias dificultades en la configuración
de la identidad y en la representación imaginaria del propio cuerpo, sin
mencionar la activación de la ansiedad sexual.
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